De la guerra y otros demonios
- Sebastian Aguilar
- 1 oct 2018
- 6 Min. de lectura
Cecilia es una mujer inmersa en la historia de la guerra en Colombia, tanto que ha dejado que cada momento por los que ha pasado se conviertan en demonios que la persiguen y la perseguirán hasta la muerte. A ella ya no le queda una sola gota de esperanza pero sí, una fuerza que le impide decaer fácilmente.

Esta fue la única foto que rescaté de nuestra visita a Pandi. A escasos metros de la casa de Cecilia.
Cuando le pregunté a Cecilia por su pasado, de sus ojos empezaron a brotar unas pequeñas lágrimas que hablaron por ella cuando ya no podía expresar palabra. Entonces su voz se cortó y su mirada, aunque fija ante nosotros, parecía estar en cualquier otro lado.
Ella es oriunda de Pandi, un pequeño municipio del suroriente de Cundinamarca que hace parte de esa larga lista de lugares que han sido por décadas olvidados por el Estado. Su finca, ubicada junto a una trocha que hace las veces de carretera, es una edificación que combina ásperas paredes de cemento y oxidadas tejas de zinc. Allí, cada hogar es un símbolo de resistencia, una que les impide a sus habitantes a toda costa abandonar sus tierras.
No obstante, Cecilia si ha pensado en huir de ese lugar que permanece escondido entre las faldas de las montañas. De hecho, lo hace cada día cuando se sienta junto a su “pareja” en un desgastado sofá al observar el correr de las horas en un reloj colgado en la pared. Pero la ilusión se le escapa al darse cuenta una y otra vez de que no tiene escapatoria, no para personas como ella en un país como Colombia. “No, no para nosotros, los pobres”, afirma.
Su arrugada piel es quizás el mejor retrato de los más de los 76 años de dolor que carga encima. Es una de las tantas mujeres que han tenido que vivir en carne propia las barbaries de una guerra que no le pertenece. Eso explica también las razones de su nula sonrisa y de la manera en que se expresa.
Se casó a los 19 años con el presidente sindical del municipio, que por esas épocas era perseguido por grupos paramilitares y por el Ejército Nacional de Colombia. Como resultado, enviudó por primera vez a los 22 años, pero para no prolongar su pena decidió volver a casarse, esta vez, con el único hombre que ha logrado que con tan solo mencionar su nombre sus ojos se tornen brillantes y su mente empiece a recrear junto a él, una vida que no pudo tener.
Aquel determinante personaje pertenecía también a grupos sindicalistas para aquel entonces, lo que desencadenó una improvisada huida desde Pandi hacia La Cristalina, en el departamento del Meta, y la reconstrucción de una vida que obligaba a la pareja a empezar desde cero en un lugar desconocido. Allí, se dedicaron a trabajar en terrenos baldíos cultivando semillas que apenas podían comprar.
“Mientras estuvimos allá el ejército nos amenazó porque decían que esas eran tierras del ELN. Ellos querían que les dijéramos la verdad, pero nosotros solo éramos familias que buscábamos un sitio para vivir. El coronel finalmente accedió con la condición de revisar el lugar a diario para asegurarse de que no llegaran infiltrados, pero también nos quitaban parte de la comida, no nos dejaban trabajar”
En medio de su relato, Cecilia alcanzó a mencionar que conservaba una foto de su entonces esposo en un álbum, pero de repente, como si fuese un secreto de Estado que hubiese revelado a un par de infiltrados, volvió el rostro y buscó formas de huir de lo inevitable, pero le resultó imposible ante los cuestionamientos.
Entonces se puso en pie y caminó hacia el cuarto de al lado perseguida por seis gatos que cumplían la misión de salvaguardar su espalda. Levantó con su mano derecha el cojín de uno de los sofás que estaban destrozados y sacó un libro fotográfico color rojo. Buscó con mucho cuidado página por página la preciada la imagen y una vez encontrada la apreció por unos segundos, y luego nos la enseño con un par de lágrimas a punto de escapar de sus ojos.
Solo una foto, solo un segundo. Eso fue lo único que nos permitió hacer mientras estábamos junto a ella. Después, volvió a la cocina e inició de nuevo su relato, y supuso que había encontrado la manera de distraer nuestra atención sobre esa parte de su historia que guarda con tanto recelo.
La pareja regresó a Pandi varios años después de vivir prácticamente atrapados en un infierno, en donde no existe la paz ni el sueño. De vuelta, se encontraron de frente con los “pájaros”, una serie de asesinos a sueldo que trabajaban para el mejor postor y luego huían sin dejar rastro.
Quizás la historia más impactante de aquellos homicidas en Pandi, ha de ser la que cuenta Cecilia sin mayor agobio, ya que finalmente, creció rodeada de historias semejantes:
“Los pájaros quemaban ranchos y mataban a la gente. Una vez le hicieron un atentado a un sindicalista de por acá. Se llamaba Francisco Rivera y tenía 8 niños, pero como estaba amenazado no podía regresar a su casa. Cuando volvió, se encontró a su esposa y a su suegro asesinados en el suelo, de los niños no se volvió a saber nada”
En ese momento todos quedamos en silencio, quizás por el episodio tan trágico que debió haber significado, o tal vez, porque no había mayor respuesta a su relato. Entonces, la voz de la hija de Cecilia se escuchó en el cuarto:
Mamá, ¿Qué si tiene pollos para la vecina?
No, no hay- Respondió Cecilia sin apartar su mirada sobre nosotros, como si nos estuviera probando.
Cecilia recibe a su única hija de visita en algunas épocas del año. Sin embargo, es consciente de que en algún momento ella tendrá que devolverse a la capital porque allí está su familia. Alguna vez tuvo otro hijo, pero este fue asesinado a manos de los ladrones en Bogotá y es, para ella, uno más de los cientos de crímenes impunes que sacuden al país y quedan en el olvido.
Retornó por última vez con su historia, quizás para no dejar a la deriva aquel capítulo de su vida. Cuenta que después de sobrevivir a los “pájaros” se vio obligada a enfrentarse a la partida de su eterno enamorado y que ese suceso marcaría el principio de una vida inmersa en la soledad.
Según ella, desde ese momento y hasta ahora, no ha visto que el lugar en el que vive haya tenido mayores cambios. “Pandi sigue siendo pobre, no hay amparo de las autoridades, no hay respaldo de nadie. Además, yo vivo junto a vecinos indolentes que solamente me han quitado terreno, y eso lo hacen porque me ven sola”
El hombre con el que vive actualmente no lo reconoce como su esposo, aunque muchos de sus vecinos se atreven a afirmar lo contrario. A él lo mantiene en casa, escondido, no permite que le hagan preguntas porque afirma que está mal de la cabeza, que no sabe nada.
Cecilia siempre me pareció una mujer misteriosa, extraña, como si guardase por dentro un secreto tan grande que solo la muerte podría quitárselo de encima. Nunca quiso acceder a una foto, huye de ellas, prefiere simplemente las conversaciones porque sabe que todas ellas terminan perdidas en el tiempo.
¿Qué opina del proceso de paz? - Le hice esa pregunta casi de afán, cuando ella creía que ya todo había terminado.
Se me hace bueno, sí. Si lo hacen como está en el papel. Lo que pasa es que a muchos no les conviene, no quieren que se solucione la violencia porque muchos de los muertos los pone el pueblo mientras ellos están detrás de sus escritorios.
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